Entrevista a Carlos Pérez Siquier
© Carlos Pérez Siquier
Una conversación con el fotógrafo Carlos Pérez Siquier
Carlos Pérez Siquier es uno de los padres de la revista AFAL, que consiguió erigirse como portavoz de una nueva generación de jóvenes fotógrafos, dispersos por toda la geografía nacional. Tiene un museo propio desde 2017 en Olula del Río (Almería). Irónico, curioso y contrario al retoque, documentó la belleza y pobreza de La Chanca, el barrio almeriense, y la costa almeriense.
Por Laura Estrada
Su trabajo ha sido emparentado, en ciertos aspectos, con el neorrealismo italiano. ¿Está usted de acuerdo?
Lo he visto, sí, pero yo lo considero más dentro del humanismo, de ver la vida cotidiana y tratar de mostrarla de otra forma, con dignidad.
¿Se siente reconocido en el mundo de la fotografía?
Hace un tiempo que sí, porque mi evolución ha ido bastante lenta. He estado en el dique seco mucho tiempo, con mis fotos en cajas de cartón sin que nadie pusiera atención frente a ellas y, últimamente, se ha despertado todo
gracias a la Fundación Mapfre, a Laura Terré, que ha luchado por mí, a todas las personas que han confiado y, especialmente, a la gente joven que me sigue.
¿Qué dice la gente joven de su trabajo?
Yo le pregunté a una chica de unos 20 años por qué le gustaban mis fotos y me respondió “porque son modernas y además permanecen”. La crítica más severa es el paso del tiempo y resulta que yo he expuesto en Nueva York fotos que tenían 40 años y las estaban mostrando como prototipos de modernidad.
© Carlos Pérez Siquier
Sus proyectos son tan variados y distintos entre ellos que podría parecer que son de autores diferentes. Ha trabajado con el blanco y negro, el color…
La sociedad cambia. Llegó el desarrollismo, el color, el cambio de forma y la avalancha del turismo en nuestras playas. Era importante no solo el cambio del blanco y negro al color sino también el cambio de cámara, de formato y afirmarme dentro de una coherencia expresiva. Siempre he trabajado en formato 6×6, cuadrado. Es más difícil para fotografiar, para lograr el encuadre, para las formas. Yo opté por ello y me daba cuenta de que había que enfatizar mucho el color.
Entonces llegó ‘La playa’, en color, geografía de la carne, un trabajo muy mediterráneo.
Así es, empecé a hacer las fotos de la playa desde un sentido mítico y sensual, como persona mediterránea, de aquellas personas que venían a invadir nuestras playas y de las que me interesaban no solamente sus carnes sino
también los textiles.
Es usted uno de los padres del Grupo AFAL. ¿Cómo fue el inicio de esta revista y qué relación tiene con Barcelona?
El tiempo iba pasando y notaba las evoluciones físicas y mentales del país. Mientras yo estaba física y mentalmente en Almería me daba cuenta de que tenía unas inquietudes que no correspondían con el nivel cultural que había y me di cuenta de que en Barcelona había una serie de fotógrafos extraordinarios como Terré o Masachs, y quise conocerlos. En esta asociación (AFAL), que habíamos formado en Almería, y que primero
fue una especie de boletín y, más tarde, una revista, implicamos, por correspondencia, a estos fotógrafos catalanes.
¿Quién fue Oriol Maspons para AFAL?
Fue casi el director de la revista. Me mandaba ideas y me decía quién era el mejor en Cataluña donde, por la influencia de fronteras, tenía mucha más información que nosotros en Andalucía y eso nos permitió estar al día. Lo importante fue que ellos no tenían la posibilidad de reproducir y comunicar sus fotografías.
© Carlos Pérez Siquier
¿Qué pasó cuando les ofreció formar parte de la revista?
Estuvieron encantados de que pudieran tener un medio donde reflejar sus inquietudes, que eran las mismas que las nuestras. Recuerdo que cuando Leopoldo Pomés publicó su libro La fenêtre yo le dije que era una maravilla y él sintió un abrazo de comprensión; dijo “yo no he tenido todavía el calor que me estáis dando vosotros”. Eso para mí fue importantísimo en mi relación con Barcelona, con la que siempre he estado muy vinculado.
Y ahora ¿vuelve el interés en revistas de fotografía en papel?
Sí, creo que el interés irá avanzando hacia las revistas de fotografía en papel porque, poco a poco, se va volviendo a lo analógico. La gente vuelve a comprar cámaras que había cambiado por las digitales, y los laboratorios también están creciendo. La prensa es difícil, en general, porque hay pocos lectores, pero va avanzando fotográficamente hacia lo analógico, porque es de la gente que piensa. Yo recomiendo a los que hacen digital que guarden una copia como si fuera analógico, porque si no desaparece todo lo que han hecho.
Ghora todo el mundo tiene una cámara en su mano diariamente y, de hecho, la imagen es más presente que nunca en nuestro día a día gracias a los smartphones y las nuevas tecnologías. ¿Cómo es su relación con ellas?
Siempre me preguntan por el tema digital. Todas las fotos de la exposición son analógicas, están hechas manualmente, recurriendo a unos procedimientos que serían largos de contar, para que este color fuera auténtico porque no está manejado digitalmente, no hay manipulación ninguna. Pero últimamente, el problema que tenía es que ya no había ni película ni casi laboratorios, salvo en Madrid o Barcelona, uno o dos, que me revelaban. Eso me estaba cercenando.
© Carlos Pérez Siquier
Así que se vio un poco obligado a relacionarse con lo digital…
Es que no tenía posibilidades técnicas de realización y, en un momento determinado, compré una cámara pequeña a Teresa, mi compañera de viaje, y le dije “déjame ver esto” y me di cuenta de que era muy fácil. No tengo que poner diafragma, ni la velocidad y lo veo en la pantalla. Era tan fácil que lo que hice fue adquirir una cámara, pero yo eso de ver la foto en la pantalla no lo quería. Antes ponías el trípode con la cámara y hacías una polaroid para ver cómo quedaba cada foto, como hacían los grandes maestros. Con la cámara digital se estaba simplificado lo que miraba en la pantalla. Decías “pues ha quedado bien, pues ya me la llevo y me voy contento”. Yo lo pasaba muy mal desde que hacía la foto hasta que la revelaba.
Es decir, no ha sucumbido a la pantalla.
Yo quise conservar aquellas emociones y entonces cuando disparo no miro la foto. Mi cámara es ocular, como las anteriores y luego nunca miro la pantalla, tiro muy pocas fotos, como antes, que eran 12 . Yo a un retrato no le tiro más de 12 fotos. Entonces me voy a mi casa y estoy, por la tarde, reposando, tomándome mi gin tonic, cuando de pronto empiezo a mirar lo que he hecho como si me vinieran las copias, y sé si he acertado o he fracasado.
¿No cree usted que ahora, precisamente con lo digital y la inmediatez, este proceso está desapareciendo?
Absolutamente. Toda esa emoción se está perdiendo ahora, porque no van más que a disparar muy rápidamente sin reflexionar. Y también se está democratizando tanto lo digital que muchos de los que hacen fotos se creen artistas, y nada más ver la forma de poner las manos ya te das cuenta de que esta no es la manera.
© Carlos Pérez Siquier