Entrevista a la activista y fotógrafa siberiana, Alisa Sibirskaya

Autoretrato | © Alisa Sibirskaya

“Soy rusa y lo que está pasando ahora en Ucrania es un crimen”

Alisa Sibirskaya ha alzado la voz contra el régimen de Vládimir Putin aunque las consecuencias sean no volver nunca más a Rusia. “Durante todo este tiempo, el régimen de Putin ha ido ahogando cualquier voz de la oposición, cualquier pensamiento libre, cualquier brote de democracia y ahora ha desatado una guerra sangrienta e injustificada” afirma. Sibirskaya reside en Barcelona desde hace más de tres años, aunque desde el estallido de la guerra ha viajado por Europa participando en conferencias como activista y fotógrafa para denunciar lo que está ocurriendo en Ucrania. Además, ha participado plasmando uno de sus trabajo en el último número de la revista LF en papel, Cuerpo.

Por Carlota Biel

Como activista siberiana, ¿qué opinión tienes sobre lo que está sucediendo actualmente en Rusia y Ucraïna?

Estamos viendo lo violenta y agresiva que está siendo la gente que tiene miedo a reconocer que en los últimos veinte años ha apoyado un régimen que ha ido ahogando cualquier voz de la oposición, cualquier tipo de pensamiento libre, cualquier brote de democracia y que ahora ha desatado una guerra sangrienta e injustificada en el territorio del país vecino. Vemos lo difícil que a esta gente le resulta creer en lo que ve y pasar de la negación a la aceptación. Como se arruinan familias y amistades por estar en diferentes lados del conflicto. Vemos a miles de jóvenes rusos que han sido enviados a Ucrania para luchar sin tan siquiera saber a dónde y por qué van. Vemos como la propaganda miente tan descarada y mediocremente como nunca. Vemos cómo la gente, al morir, cierra los ojos. Vemos cómo la gente, al despertar de un sueño de mentiras, abre los ojos. Vemos la guerra y vivimos la guerra. Digo la palabra «guerra», aunque en Rusia puedes ir a la cárcel durante quince años por pronunciarla.

¿Cómo estás viviendo la situación a nivel profesional?

El 24 de febrero la vida se paró a todos los niveles. Es imposible trabajar cuando sabes que hay alguien que necesita tu ayuda en este momento. Ya sea repartiendo cajas para los refugiados ucranianos mediante ayudas humanitarias, respondiendo las preguntas de tus amigos que no entienden lo que está pasando y piden información o saliendo a protestar a la calle y declarar frente a las cámaras “soy rusa y lo que está pasando ahora en Ucrania es un crimen”.
Hemos visto como espacios culturales han cancelado conciertos de músicos y orquestas rusos, han anulado contratos o han suspendido espectáculos. Los propagandistas aprovechan la situación para decir que es el inicio de la rusofobia global e inaceptable: la indiscriminada “cultura de la cancelación”. No conozco ni un solo caso en el que el concierto haya sido cancelado por el hecho de que el artista “sea ruso”. Pero sí cuando se trata de personas con una reputación dudosa, involucradas en escándalos de corrupción, adeptos al régimen –como, por ejemplo, los que firmaron la carta de apoyo a Putin por la anexión de Crimea en 2014–, o con conexiones directas con el gobierno –patrocinados por el Kremlin–.
El único pasaporte que tengo yo es ruso. Desde que empezó la guerra he tenido una exposición individual en Izmir (Turquía); he participado en el Fineart Igualada y en el Festimatge Calella (España), y puedo decir que hasta ahora no he tenido ningún problema a nivel profesional por mi nacionalidad.

© Alisa Sibirskaya

¿Y personal?

A nivel personal, todo es más complicado. Con gran disgusto voy descubriendo que muchas personas que conozco (familiares, amigos, conocidos…) son víctimas de la propaganda del Kremlin, y creen incondicionalmente que lo que está haciendo el ejército ruso en Ucrania es liberar y defender a los ucranianos de los nazis que están en el poder.
Desde Europa, donde tenemos un acceso ilimitado a los medios de comunicación libres e independientes y podemos escuchar el testimonio de ucranianos que han escapado de la guerra, eso tiene que sonar bastante surreal y chocante. ¿De verdad alguien puede tener argumentos para justificar los crímenes que se están cometiendo? ¿Acaso no vemos todos las mismas imágenes de casas, hospitales y escuelas demolidas y ciudades enteras arrasadas? ¿No vemos a los civiles, con las manos atadas, disparados en la nuca? ¿A las mujeres, niños y ancianos heridos y mutilados? ¿Cómo pueden estas atrocidades en un ser humano provocar otras sensaciones que no sean dolor, desacuerdo y terror absoluto? Desafortunadamente, hemos de reconocer que el Imperio de mentiras que el régimen ha ido construyendo durante los últimos veinte años, funciona. La imagen que llega a los rusos es completamente distinta a la que tenemos nosotros. Están aislados de la información verificada y fiable. Fluyen en el vacío, y si por negligencia surge algún elemento que no cuadra y empieza a provocar preguntas, de repente este mundo de ignorancia se llena de propagandistas para resolver las dudas y reparar la imagen imperfecta: “Putin, con la ayuda del ejército ruso, está ejecutando una Misión de paz. Tenemos que apoyarlo”. Este fenómeno da rabia y hace sentir una impotencia absoluta. 

Antes del estallido del conflicto, ¿habías vivido situaciones comprometidas por tus actividades como activista?

Al nacer en una ciudad siberiana situada a tres días de viaje en tren de la capital, entiendo muy bien la psicología de decenas de millones de rusos, habitantes de las provincias de un país extremadamente centralizado. Desde la infancia aprendes que Moscú está igual de lejos y es tan inalcanzable como Marte o Venus, que todas las decisiones se toman allí, que tú eres demasiado pequeño, alejado, insignificante y no influyes en nada. Aprendes a ser pasivo. Un fenómeno llamado impotencia aprendida. En Rusia, a excepción de la capital y un par de ciudades grandes más, casi no existe la cultura de protesta como herramienta legal para dar a conocer la opinión pública y como forma de exigir medidas.
En mi primer año en Barcelona, recuerdo que hubo un incidente desagradable: un policía disparó a una perra en la calle, aunque el uso del arma no era necesario. Esa misma tarde, un gran número de personas, sin convocatoria previa, acudió a la Plaça Sant Jaume para exigir explicaciones. Cada uno sabía qué debía hacer, nadie necesitó una invitación personal. “Hoy toca salir” porque posiblemente ha habido una injusticia. La cultura de protesta que existe en una sociedad civil como esta me impresionó, y durante mucho tiempo reflexioné sobre lo bueno que sería que los rusos aprendiéramos a expresar nuestros pensamientos y sentimientos en voz alta.
Después del envenenamiento y encarcelamiento de Navalny empecé a salir a manifestarme, y fue una sorpresa agradable ir descubriendo que no estoy sola. Desde entonces hemos organizando reuniones y manifestaciones de apoyo, de solidaridad, de rechazo, de protesta… y aunque vemos como nos graban las caras para conformar listas –las autocracias siempre tienen sus redes más allá de las fronteras de sus propios países–, o como pagan a personas para que vengan a provocar e intimidarnos, ya no hay nada que nos pare. Porque sabemos que tenemos razón. Y tenemos derecho. Esto lo he aprendido aquí.

© Alisa Sibirskaya

¿Has pensado en regresar a Rusia o crees que tendrás problemas para volver por las entrevistas que has concedido?

Desde que empezó la guerra se han aprobado una serie de leyes que permiten encarcelar a una persona durante quince años si esta opina públicamente sobre la situación actual y su opinión no coincide con la versión oficial –quiero recordar que, según la versión oficial, en Ucrania no hay una guerra sino que se trata de una Misión de paz cuyo propósito es liberar y proteger a los ucranianos–; o, aún peor, durante veinte años por traición a la patria si esta persona colabora con el lado ucraniano con ayudas humanitarias, medicamentos, donaciones de dinero al ejército, etc.
Una señora mayor de 80 años, que sobrevivió al sitio de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial, ha salido a la calle con un cartel pidiendo la paz y la prohibición de las armas nucleares, y la han detenido por “descrédito al ejército ruso”. Unos niños de 7 y 10 años que iban con sus madres a poner flores a la embajada de Ucrania en Moscú como gesto de apoyo, solidaridad y dolor, han sido detenidos y tratados como delincuentes. Hemos escuchado las grabaciones que evidencian las torturas en las comisarías durante los interrogatorios de los manifestantes. Esta máquina de represión no tiene alma, ni compasión, ni piedad. En Rusia ya no existen los derechos humanos, ni la justicia. La Constitución se ha tirado a la basura. Volver ahora sería jugar a la ruleta rusa. Nunca sabes si pasarás el control de pasaportes al aterrizar en Moscú.

Utilizas tus redes sociales como altavoz para manifestarte en contra del régimen de Vládimir Putin, ¿has recibido críticas por ello?

Sí, hay personas que me escriben mensajes bastante agresivos, pero de poca imaginación. “Eres una traidora”. “Los patriotas ahora están del lado de la “z” y la “v” –los nuevos símbolos del ejército ruso, que provocan en mi un sentimiento de repulsa y horror profundo por su semejanza con los símbolos del régimen nazi–. O incluso, “ya vendremos a visitar Europa, solo que primero sacaremos a los fascistas de Ucrania”. Me dan pena. Están equivocados y engañados por su ignorancia.

¿Crees que es necesario que fotógrafos del mundo ilustren lo que se está viviendo?

El trabajo que están haciendo los fotoperiodistas en primera línea es igual de importante que la defensa directa del territorio. Solo gracias a ellos el mundo se puede convertir en testigo de lo que está sucediendo. Como dijo Robert Capa “si una foto no es suficientemente buena es porque no estabas suficientemente cerca”. En este caso vemos como los fotógrafos y reporteros se acercan lo bastante como para que no quede lugar a la ambiguedad o duda. Algo que se refleja en las terribles noticias que hemos empezado a recibir sobre los profesionales asesinados… Dicen que la verdad es la primera víctima de la guerra. Ellos luchan por la verdad para que nosotros tengamos acceso a ella. Para mí son héroes.

¿Vives el arte como una forma de protesta? ¿Con tus fotografías expresas y reivindicas movimientos sociales y políticos?

Siempre decía que mi fotografía es sublimación, un diálogo interno, un diario personal. Ahora cuando la guerra nos ha tocado a muchos tan de cerca, creo que no podría evitar que esto se reflejara también en mis obras. Ahora estoy en modo silencio, no puedo trabajar bajo esta lluvia continua de noticias y cambios. Necesito tiempo para recuperar el aliento, darme cuenta de lo que ha pasado y buscar las maneras de plasmarlo fotográficamente, a través de símbolos y metáforas. Aun así, puedo decir que varias tramas e imágenes han empezado a aparecer en mi cabeza.

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