Kalifat, hemos venido a angustiarnos
La trama, que tiene muy buen ritmo, es angustiosa en los dos escenarios en los que transcurre, Síria y Suecia. ‘Kalifat’ va sobre la captación de adolescentes en Europa por parte del ISIS, sobre el fanatismo religioso entre jóvenes, y el racismo. Sin embargo, no es un análisis ni un trabajo periodístico sobre el terrorismo, esto debe tenerse en cuenta.
Si buscas una mini serie para pasar un buen rato y relajar tu mente, no veas Kalifat (Netflix). Es una serie sueca que te deja con muy mal cuerpo pero que es muy recomendable y si puedes verla, debes hacerlo. Probablemente la acabes en una semana, aunque dependerá de la capacidad individual a sobreponerse a 8 capítulos intensisimos y asfixiantes de unos 50 minutos.
A medida que avanzan los capítulos, la trama se vuelve más y más peligrosa y el espectador llega a hacerse una idea del funcionamiento de las redes de captación. Quiero destacar el excelente trabajo de sus protagonistas, especialmente el de Gizem Erdogan (Pervin), Amed Bozan (Husam), Ibbe (Lancelot Ncube), Nora Rios (Sulle) y Amanda Sohrabi (Kerima). Pero también la dirección de los creadores Wilhelm Behrman y Niklas Rockström, y el director de fotografía, Jonas Alarik.
La mitad de la trama sucede en Al Raqqa (se rodó en Jordania), ciudad del norte de Siria que estuvo controlada entre 2013 y 2017 por el autodenominado Estado Islámico (EI). Allí conoceremos la vida de Pervin y su marido Husam, un talibán «convertido». Juntos se trasladaron desde Estocolmo hacia Al Raqqa para acatar la ultraortodoxia islamista. Impresiona ver los decorados de los exteriores recreando esa ciudad de hace algunos años. Cámara en mano, descubrimos el día a día de Pervin en ese contexto, la violencia doméstica a la que se ve sometida y sus planes para escapar de esa ciudad. Es interesante también la luz fría presente siempre en los interiores -también en Estocolmo, para retratar la decadencia y marginalidad donde viven los protagonistas-, especialmente en la casa de Pervin. Colores saturados y espacios que apenas reciben luz natural generan este clima de asfíxia que comentaba antes, incluso claustrofóbico. Una escena impactante en la que puede apreciarse (cuidado spoiler) es la de la violación de Pervin en su propia casa: el rojo de la sangre y la ansiedad contagiosa a la hora de esconder el cadáver se debe, en gran parte, al excelente trabajo visual acentuado por el frenético movimiento de la cámara y al tratamiento de la imagen. Es fantástico el trabajo de contextualización hecho en Kalifat, sobretodo en los exteriores de Al Raqqa, donde vemos casas abadonadas, ruinas y escombros.
La otra mitad de la trama tiene lugar en Estocolmo. Como decía, allí conocemos la capital europea desde la realidad de un barrio de inmigrantes y marginal. Las familias desestructuradas como la de Kerima o la de los hermanos terroristas Jakob y Emil son un ejemplo de la realidad en este barrio sueco ‘guetizado’, que se traduce en una explícita crítica a esta sociedad. Así como en Al Raqqa conocemos el miedo y la violencia a través de las armas y las agresiones físicas, en Estocolmo vemos la violencia institucional, el racismo y la desigualdad.
La serie quiere explicar que la captación de jóvenes no se debe a la religión, sino a la falta de recursos en muchos casos o por discriminaciones por razón de origen. En el caso de Suecia, por ejemplo, nos acercaremos en el descampado en el que los hermanos Jakob y Emil practican bajo las órdenes de Ibbe, el captador enmascarado, para el convertirse en mártires. Se trata de un campo en las afueras de la ciudad, completamente abandonado, que también contribuye a crear este imaginario de decadencia y marginalidad. También conoceremos el instituto, en el que prácticamente la totalidad de estudiantes están racializados. De hecho, hay una escena fundamental en ese centro: el momento en el que Sulle, una de las jóvenes que será captada por Ibbe, precisamente hace una crítica al sistema y racismo institucional que existe en Suecia y que luego se perfila como otro de los elementos que explican la radicalización de jóvenes.
La serie mejora a medida que avanza, y a pesar de ser un tanto previsible en algunos casos, logra que el espectador empatice con los protagonistas y sufra por lo mismo que sufren ellos. De momento no hay una segunda temporada planificada, aunque no sería descartable…